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Entrevista Rayada

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Manuel Peña Muñoz 

Cuando el equipo de Librería Vaca Rayada pensó en charlas con quienes desde hace tiempo bucean, leen, escriben, narran, ilustran, investigan y editan literatura para infancias no dudó en definir con quién sería el primer encuentro. El elegido por unanimidad fue Manuel Peña Muñoz, el hombre que nació hace 71 años en una casa sin libros de Valparaíso y se convirtió hoy en un referente para narradores orales y amantes de los cuentos clásicos, en Chile y otros tantos países de habla hispana. 

Es investigador y divulgador de bellas historias de lugares y épocas remotas. Lleva escritos unos 30 libros, muchos de ellos premiados y en esta nota comparte algo de su pasado y presente en contacto con la literatura. ¡Muuu!

 

“Contar otra versión de los cuentos evita caer en la recitación”

 

Es un adulto sentado frente a la pantalla de su computadora. Pero rodeado de los colores de cientos de libros, títeres y una cajita de música a la mano que hace sonar al girar la manivela, parece un niño. Se llama Manuel Peña Muñoz y recuerda con ternura a la primera persona que le contó historias en su casa de Valparaíso, donde los libros brillaban por su ausencia. 

 

"Fue mi abuelita española, Ignacia Josefa, ella me enseñó a recitar: 'Santa Mónica Bendita, madre de San Agustín, a Dios encomiendo mi alma, que yo me voy a dormir".

Pero este profesor de castellano, doctor en filología hispánica, investigador y divulgador de cuentos de países remotos y de toda época, hace tiempo dejó de lado las frases de memoria. Ahora prefiere narrar y reescribir, una y otra vez y así crea sus propias versiones sin modificar la columna vertebral de las historias clásicas.

 

"Contar otra versión de los cuentos-dice- evita caer en la recitación". Ese parece ser el camino que eligió y que les enseña a sus alumnos en los talleres que dicta en Chile y en países hispanoparlantes.

 

En charla con Vaca Rayada cuenta detalles de sus dos últimas obras. "Cuentos de hadas" (Casa Contada), un ensayo de la transformación del relato ancestral hasta alcanzar el cuento de autor, y "Cuentos junto al fogón" (SM), historias de la tradición oral ilustradas por Patricia González. Allí eligió y compiló cuentos populares que asegura haber "probado" previamente como platos exquisitos.

 

"No son historias buscadas por Internet, copiadas y pegadas. Son cuentos tradicionales especialmente elegidos porque me gustan mucho a mí: son de Perrault, los hermanos Grimm, Andersen o Wilde, a todos los fui adaptando", señala al referirse a sus versiones de El Gato con Botas, Caperucita Roja, Blancanieves, El Soldadito de Plomo o el Gigante Egoísta.

 

 "Pero además -agrega- hay historias desconocidas como 'El anciano y el tigre', de Japón aunque es de origen mongol y que tuve que hacer traducir para luego versionar y hay otra como 'La vasija agrietada', de India';  narraciones y fábulas ancestrales y universales que pueden dialogar con la vida contemporánea". 

 

Tras esta afirmación se le pregunta y reconoce coincidir con Italo Calvino cuando dice que "los clásicos son aquellos libros que nunca terminan de decir lo que tienen que decir".

"Antes las niñas soñaban con ser princesas y casarse con un marido rico, si era príncipe mejor, querían que las arropara. Hoy las jovencitas empiezan a no soñar con eso y las historias se pueden contar de otra forma como hizo Roald Dahl al reescribir los clásicos con ironía y humor en 'Cuentos en verso para niños perversos´ o como hizo Gabriela Mistral con las versiones latinoamericanas de varios personajes clásicos femeninos como Cenicienta: hay unas 500 versiones de ella, cada historia va acompañada de la cultura de su época", concluye.

 

De todos modos, este narrador no se contenta con versionar viejos cuentos. En épocas de tecnologías que se renuevan a cada  minuto sin dar respiro, él enseña a contar con kamishibai en sus talleres. Se trata de un teatrillo en el que se muestra la historia en papel y que ya usaban en Japón en el siglo XII.

 

A Peña Muñoz el recurso no le parece raro. Asegura que la artesanía atrapa por igual "la atención de niños y adultos", incluso los más tecnologizados, y demuestra así que se puede apelar a las cosas bellas y simples para contar.  

 

 

Los primeros clásicos

En un juego constante entre el presente y el pasado, como los cuentos mismos, Peña Muñoz también recuerda a su papá quien le contaba la Fábula de la Lechera (con moraleja contra la ambición) y las de Esopo y a su tía , Estrella Lorenzo, quien también le narraba historias geniales y años después se convirtió en un personaje de  su novela "Mágico sur".

Pero de quien no se olvida es de un amigo de su padre, Lázaro, a quién él llamaba "tío" y estaba embarcado en el "Reina del Mar" como camarero. El barco surcaba los puertos del Pacífico y al llegar a Valparaíso siempre Lázaro le regalaba libros que traía de Santander (España).

 

"Fueron mis primeros clásicos y con algunos dibujos y por eso la cultura española fue muy fuerte en mi infancia y formación", dice al analizar ese patrimonio como legado. "Luego leí también 'El lector chileno', el libro que me hacía comprar una maestra a quien no recuerdo habernos leído nunca en clase", señala y deja entrever que el gusto por la lectura no lo heredó de allí. 

 

Aunque sí rescata al "Silabario Hispanoamericano", como el libro con el que aprendió a leer. Y aún rescata especialmente a los dibujos de cada una de esas páginas.

"El libro estaba ilustrado por el chileno Coré, que era el sobrenombre de Mario Silva Ossa". Al dato dato lo apunta como huella indeleble, como los cuentos clásicos.

Se lo invita a jugar a Peña Muñoz a un juego tradicional como el pingpong. 

Se le dice: "¿Un libro?" y responde: "Todos los de Andersen". 

"¿Un personaje?", contesta "El Patito Feo".

"¿Un narrador o narradora?", apunta a la argentina Graciela Cabal.

"¿Un libro que lamenta haber perdido?". Dice: "uno de 'Historia de la literatura infantil universal'".

Se hace un alto en el juego y se le pregunta si perder un libro hace que prefiera no prestarlos.

Se ríe. 

Confiesa que "en realidad" prefiere regalarlos.

"Es que si los presto y no me los devuelven me angustio", reconoce.

En 2016 Peña Muñoz recibió una medalla por sus cuatro décadas de trabajo en la literatura infantil y juvenil otorgada por IBBY  Chile (Organizaciòn Internacional para el Libro Infantil y Juvenil).

Entre sus obras narrativas están "El niño del pasaje", "María Carlota y Millaqueo" y "Un ángel me sopló al oído". 

También escribió  "Historia de la literatura infantil chilena" e "Historia de la Literatura Infantil de América Latina". 

A estos dos últimos libros los saca de su biblioteca en medio de la charla con Vaca Rayada y los muestra a la pantalla. Se apasiona. 

Elige otros.

Son adaptaciones de Gabriela Mistral sobre Caperucita, Blanca Nieves, La Cenicienta y La Bella Durmiente, que él rescató hace unos años y publicó editorial Amanuta. 

Los cuatro libros fueron premiados en la Feria Internacional del Libro Infantil de Bolonia (Italia). Los hojea y comparte también con la pantalla mientras hace la salvedad de que las editoras de esos textos "hicieron un trabajo pausado e impecable". Así da a entender que la edición también es parte importante de las nuevas versiones.

Saca un libro más. 

Expone la tapa. Se lee: "No des puntada sin hilo". Explica que es sobre refranes y dichos populares. También está editado por Amanuta y premiado en Bolonia. "Los dibujos están bordados", explica mientras comparte con orgullo los dibujos de Maureen Chadwick. 

Se lo ve contento a este adulto que nació hace 71 años en una casa sin libros. Ahora está rodeado de ellos, los lee, los escribe, los narra. Y también tiene juguetes, como un niño. 

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